Al igual que muchos de sus contemporáneos, pensaba que el arte de la arquitectura era construir con buen gusto, con proporciones acordes con la escala humana y de las ciudades, pues la arquitectura, además de ser útil a su destino, debía embellecer su entorno y mostrar con ello la cultura del país, la de sus habitantes y, principalmente, sus gobernantes.
Había muchas razones para que el ingeniero pensara de esta manera y promoviera la buena arquitectura junto con los arquitectos con quienes trabajó. De hecho, él quiso ser arquitecto.
Arribó a la Ciudad de México en 1896 procedente de su natal Aguascalientes con el ánimo de estudiar medicina, la profesión de su abuelo paterno, un inmigrante italiano establecido en Zacatecas a mediados del siglo XIX. Contaba con 17 años cuando inició la carrera de medicina, pero al darse cuenta de que esa no era su vocación quiso cambiarse a arquitectura. Cuenta la anécdota que un paisano suyo le recomendó estudiar ingeniería por ser entonces la carrera responsable del progreso técnico y económico de muchos países, con un gran porvenir para quienes la ejercieran. Quizás, lo que más convenció al joven Pani de estudiar ingeniería fue que en ella era obligada la asignatura de Composición Arquitectónica por tres semestres consecutivos, impartida por reconocidos arquitectos de la Escuela de Bellas Artes y, por tanto, con posibilidades de aprender algo de esa profesión. En 1902 obtuvo su título de ingeniero y ejerció su profesión con éxito por algunos años.
La vida le cambió significativamente cuando conoció a Francisco I. Madero en la Ciudad de México y decidió unirse a su movimiento revolucionario en 1911. Desde entonces inició una carrera política que le llevó a ejercer distintos cargos hasta 1933, con cinco presidentes consecutivos. En toda su carrera pública promovió la edificación de obras civiles (carreteras, presas), así como de arquitectura y urbanismo tanto en la capital del país como en otros estados e, incluso, en el extranjero, apoyado por excelentes arquitectos como Carlos Obregón Santacilia, quien adaptó la sede de las oficinas de la Secretaría de Relaciones Exteriores (1924) y el edificio La Mutua para el Banco de México (1927); Manuel Ortiz Monasterio, responsable de la adaptación de las oficinas de la Tesorería Nacional al interior del Palacio Nacional; y Federico Mariscal, con quien definió el programa arquitectónico que transformó el Teatro Nacional en Palacio de las Bellas Artes (1934). Junto con otros arquitectos y urbanistas de la Comisión de Planeación de la Ciudad de México apoyó la apertura de las avenidas 20 de Noviembre y San Juan de Letrán, hoy Eje Central, y como ministro plenipotenciario impulsó la remodelación y ampliación de la embajada de México en París (1929). Una de sus últimas propuestas como funcionario público en este sentido fue la construcción del Monumento a la Revolución (1933-1938), aprovechando la cúpula de hierro destinada a cubrir el vestíbulo del que hubiera sido el Palacio Legislativo.
Una vez retirado de la vida pública construyó varias casas de su propiedad en la Ciudad de México y Cuernavaca, así como el Hotel Reforma (1936), proyectado originalmente por el arquitecto Carlos Obregón y terminado por su sobrino, el arquitecto Mario Pani. Motivado por la difusión del arte universal y nacional fundó en 1934 la Cinematográfica Latino Americana, S.A (CLASA) con la construcción de sus correspondientes estudios, donde se filmó el clásico del cine nacional ¡Vámonos con Pancho Villa! (1935).
Además de ser recordado históricamente por su desempeño como Secretario de Relaciones Exteriores (1921-1923) y de Hacienda y Crédito Público en dos oportunidades (1923-1926 y 1932-1934), escribió varios libros entre los que destaca el estudio de La higiene en México (1916); formó dos colecciones de arte, parte de ellas conforman el actual acervo del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL) y, por supuesto, promovió obras arquitectónicas que además de embellecer el paisaje urbano fueron socialmente útiles por fomentar (y construir) la cultura mexicana de la primera mitad del siglo XX.
Para conocer más sobre este importante y destacado personaje, te recomendamos el libro Alberto J. Pani. Un promotor de la arquitectura en México de la Dra. Lourdes Díaz.
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